miércoles, 29 de julio de 2015

Mágica vejez

"Los rododendros"

repetía

"Los rododendros"

llevaba semanas sentada frente a la misma ventana, con el vestido de color verde, la mirada perdida, la mano surcada de arrugas agarrando fuerte un objeto ilusorio.
Habían venido a buscarla
un familiar lejano
quizá su última atadura
al mundo real
pero no habían podido llevársela.

Sentada en la silla, contemplaba el paisaje como si pudiese nadar en él sólo con los ojos, como si sólo fuese ya paisaje y aquel paisaje fuese más ella que su propio cuerpo.

No habían podido llevársela.
Porque el familiar, al tocarla, sólo levemente, en un gesto que era mínimo pero que contenía todo un discurso,

-"vamos, no puedes quedarte aquí" había dicho; sí. O quizá "te están esperando". O tal vez sólo había sido silencio. El gesto tan sólo, y silencio; sí. Eso es. Bien pensado, el gesto había estado acompañado de silencio-

,había provocado que ella empezase a cantar. Y esa melodía, esa melodía que había salido de tan adentro, que venía desde el paisaje para quedarse junto a la ventana, que era paisaje y contenía a los árboles y al bosque y a los peces, esa melodía les había dejado a todos sumidos en un largo sueño. Las 153 personas del edificio se habían desplomado en un estruendoso "pum".

"PUM" había sonado.

Un "pum" de 153 cuerpos desplomándose al unísono.


Y ella, ella había seguido cantando. Hacía años que su garganta no había emitido sonido alguno, pero su voz era fresca, fresca como el yo en el que su mente había quedado detenido, hacía años, y venía de dentro, y de fuera, del paisaje, que era fuera pero en realidad estaba dentro.

Y ella había seguido cantando, con todos dormidos, sin inmutarse de los 153 cuerpos desplomándose al unísono. Y después, al terminar, sólo repetía

"Los rododendros"



"Los rododendros"



Habían venido a buscarla,





un familiar lejano.








Pintura de Vanessa Prager, "Wait", 2012