sábado, 21 de diciembre de 2013

Último transeunte.

Tan sólo si no sabes mi nombre.
Si crees poder asirlo con tus largos dedos, pero se escapa, se escurre como las ideas en la alborada del sueño. Si las aceras nocturnas lo lanzan al viento, entre las luces a medio gas y las pisadas opacas que resuenan en los edificios, a través del tiempo, cortando la noche efímera, mordaz, libre.
Serás tú, último transeunte del mundo despierto, que perdido en el reflejo de tu propia mirada en el cristal, decidirás no ser ya.
No ser.
No ser más ya reflejo de mirada detenida en el nombre que no sabes, en la pisada opaca que resuena, en la luz a medio gas que parpadea, en este instante último en el que todo se detiene. En el que todo se...

Y si no sabes mi nombre, no dudes en venir, corriendo. Tú. Tú último transeunte del mundo despierto, para tan sólo llamar mi atención, con tu sonrisa torcida, quizás, o tu halo de inocencia, y quedarte a escuchar, tan sólo por esta noche efímera y mordaz, su historia.

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Amaia Miranda

sábado, 30 de noviembre de 2013

Universo ingrávido

Luces y velocidad
recuerdos estremecedores
de noches
que nunca
contigo
sabrían ser
aquí
elegantes.
Luces y velocidad
del diario
vespertino
estrambótico
a compás
de
este universo
ingrávido.


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Amaia Miranda

sábado, 2 de noviembre de 2013

Somos

Y somos ahora, este momento, este instante único que se difumina entre las yemas de los dedos y vuela hacia un nuevo horizonte. Es la paradoja de la piedra inmóvil, que permanece siempre en el mismo lugar en la tierra pero siempre distinto en el universo por la rotación de ésta. Aunque el ciclo (en este caso la rotación) siempre se complete y volvamos a empezar... Así somos nosotros, siempre en un presente que es cada vez distinto por el paso del tiempo, pero que siempre es presente, que siempre es ahora. 





















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Amaia Miranda








lunes, 28 de octubre de 2013

El encuentro

Nos encontramos casi de por casualidad y ya nos quedamos allí, en la antesala de los pequeños placeres, a pasar la tarde.


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Amaia Miranda

jueves, 17 de octubre de 2013

El no ser envuelto en tinieblas

Es
ese
sentimiento
de
ahora
nada
ya
termina
es
sentimiento
de
termina
nada
ahora
ya
sentimiento
ya
termina
de
ese
ahora
Es.

lunes, 30 de septiembre de 2013

Al final del arcoiris


—Mamá, si una casa tiene 3 pisos. en cada piso hay 8 ventanas, 4 casas y tres re-alquilados. Teniendo en cuenta, además, el ático, por ambos lados, y sus respectivas ventanas, dime, ¿por qué murió la abuela del cerrajero?
Theodore tenía tan solo 16 años y una curiosidad infinita cuando decidió embarcarse en la aventura de seguir la estela del arcoiris. Su padre le había contado que al final de éste había una gran olla de arcilla repleta de oro. La olla, y por lo tanto el oro, sería sólo de aquél que alcanzase su destino antes de la llegada del invierno.
Nuestro Theodore salió de casa una cálida noche de mediados de primavera. Sin hacer ruido. Sintiéndose ya un hombre. Sin despertar a nadie. Sabía que de haberlo hecho no le hubiesen dejado embarcarse en su aventura. Y así, con la única compañía de las estrellas, partió hacia su destino.
Lo que Theodore no sabía, es que en aquel mismo momento una joven, llamada Rena, emprendía igual hazaña, en silencio y con la única compañía de la luna llena. Y lo que no sabían, ninguno de ellos, es que se encontraban cada uno en un extremo opuesto del arcoiris.
La aventura era en realidad una carrera a contrarreloj. Debían alcanzar el extremo opuesto antes de que los primeros vendavales obligasen a las hojas a desnudar a los árboles.
Theodore era valiente y curioso. Rena inteligente y llena de vida.
Caminaron durante días, sin verse, sin saberse conocidos, transitando pueblos y aldeas, durmiendo a la intemperie, con esa energía insólita que te otorga el caminar hacia tu destino. Poco a poco, fueron haciendo amigos en su camino. Amigos que se les fueron uniendo a la aventura... y así fue como los rumores se extendieron y las dos expediciones tuvieron la noticia de que había un grupo de personas haciendo ese mismo camino en sentido contrario.
—¡¿Cómo puede ser?! ¡Es imposible! ¡Yo vengo del principio del arcoiris! —gritaron ambos a la vez, a kilómetros de distancia.
Ansiosos de encontrar a la otra expedición aligeraron sus pasos, obligando a muchos de sus acompañantes a quedarse atrás, pues muchos eran ancianos, deseosos de ver una última maravilla visual antes de abandonar... Y solos, de nuevo, Rena y Theodore reemprendieron su camino. Buscándose a ciegas.
Pasaron las semanas y llego el verano. Las flores de los árboles se convirtieron en frutos y el calor abrasador se pego a su cuerpo como una segunda piel. Caminar cada vez se hacía más pesado pero presentían que estaban cerca. Casi habían olvidado la olla y las monedas de oro, sólo querían saber, del otro, de ese otro ser humano con el mismo cuento de infancia, sueños e ilusiones...
Marcaba ocho de agosto en el calendario cuando se encontraron. El calor les hacía sudar por el esfuerzo y sus pasos eran lentos, arrastrados. Pero de pronto, algo cambió en el aire. Fue un leve batir, una sutileza. Pero ambos lo notaron. Y levantaron la mirada, hacia el horizonte. Y allí estaban. Theodore valiente y curioso, Rena inteligente y llena de vida. Se amaron desde el primer momento. Quedaron olvidadas ollas y monedas de oro, los siete colores y todos los sueños de infancia. Y sólo aguardó aquel momento, en el que ambos, desnudos, se amaron por primera vez bajo la estela del arcoiris. Para después desaparecer, también, como todo, en la noche...
Cuando Theodore llegó a casa ya habían comenzado a caerse las hojas de los árboles con los primeros vendavales. Su madre le esperaba con un abrazo cargado de la angustia del que aguarda a un hijo perdido. Su padre, pipa en mano, lucía una amplia sonrisa de medio lado.

Pero cuando le preguntaron por la olla y por el oro, fue Theodore quién sonrió, tímido, e hizo pasar a Rena. Y la sonrisa de su padre no pudo ya ser más ancha cuando les habló a ambos.
—Una olla y unas monedas de oro, no son más que la representación más fácil de lo que llamamos tesoro. Y vosotros, como tantos otros, habéis encontrado el vuestro siguiendo la estela del arcoiris.... 

martes, 24 de septiembre de 2013

Olor

Me gusta cuando huele así. A creación. A reencuentro. A esa especie de atardecer veraniego mental que todo lo cohesiona. Que todo lo ilumina y vivifica, dándole ese nosequé a caballo entre la veracidad y el ensueño que me hace coger el bolígrafo y escribir durante horas (sí, aún soy de bolígrafo...). Es un olor poco común y variable, que a veces se percibe desde las sábanas, como un remolino desde la ventana, no siempre lo suficientemente fuerte como para levantarme... otras como un huracán embravecido que me lleva inexorablemente hacia el papel, esté donde esté, sea la hora que sea... Es ese olor a luz mañanera, a bizcocho, a la calma de la noche, a amor recién exprimido, a buena música, a ti. Sí. Me gusta cuando huele así...

 

sábado, 7 de septiembre de 2013

Vieja canción turca

Podía pasarse horas y horas ensimismada en lo que hacía. A veces, observar en detalle fotografías que mostraban los paisajes, la gente, las cosas de china, su gran amor. 
Otras veces quedarse sentada, simplemente, con los brazos a los lados, largos, mirando la guitarra, sin verla; su pulida superficie, las cuerdas gastadas, el reflejo de la luz en el clavijero. 
También podías encontrarla en el patio de la casa, saltando en los charcos que habían dejado las lluvias torrenciales, y cantando una vieja canción turca que había escuchado en la radio. 
Nunca llegué a descifrar que pasaba por su cabeza en aquellos momentos de mágica quietud. Pero se la veía hermosa, así, rodeada de una aureola de pasional misticismo, tan lejos y tan plena, enteramente suya...

Y Elisa, allí en naranja

Y aquel final de verano de 1930 estuvo impregnado de recuerdos luz naranja. Recuerdos que se le cruzaban a Elisa como flashes en aquella ciudad infestada por el calor sofocante de agosto.

Los negros tocaban un ritmo lento y pegadizo en una pequeña tarima fuera del bar verde de la esquina. Y Elisa los miraba, allí de pie, plantada en la calle con su vestido blanco de flores, dejándose hipnotizar por aquel ritmo latino, lento y seductor, que le traía aromas de infancia, de su primer amor, de aquello años... Y el naranja inundaba la calle; y la calle inundaba a Elisa; Y Elisa, allí en naranja, sólo sentía el chan-chan, el recuerdo, y un calor sofocante que se la llevaba, poco a poco...


lunes, 26 de agosto de 2013

Josh y la señora Margerite

Y allí estaban. Josh y la señora Margerite. Sin hablarse, compartían una confianza tácita. Un "nosequé" que les unía, a ambos, en aquel instante. Ella le servía té en la pequeña tacita, regalo de su madre, ya fallecida hacía mucho tiempo. Él le miraba las manos, con ternura y una mezcla de curiosidad. Unas manos que habían vivido tanto... 
Y nadie les veía, allí. En su refugio. Pero en el fondo se sentían observados. Hacía tiempo que sabían que aquella intimidad que compartían no sería bien vista, y sin embargo, ¡ah!, les hacía tan felices...
Josh abrió el estuche de cuero negro con delicadeza y extrajo la cámara fotográfica. La trataba mejor que a si mismo. Le había costado casi 18.000 pesetas en su último viaje a España. Y prefería no hacer la conversión... 
La señora Margerite se había soltado el cabello. Aunque seguía siendo oscuro comenzaban a aparecer las primeras canas. 
Y entonces el primer flash, y después el segundo. Y así se pasó la tarde, y los días... 
Pero pronto llegó el invierno y la señora Margerite contrajo una grave enfermedad. Y allí, en aquél pequeño pueblo, escaseaban los medicamentos. 
Ella falleció en primavera y él quedó sumido en la tristeza, sólo y abandonado. 
Y los vecinos, al ver coincidir los acontecimientos, comenzaron a atar cabos... 
Pasaron varios años y Josh viajó al sur, a la ciudad. Quería estudiar y ser un gran fotógrafo. 
No tardó en llegarle la oportunidad. En el periódico venía. "Concurso nacional de fotografía". Pensó en Margerite y en su tácita confianza. En si ella lo aprobaría. Si le daría vergüenza... pero finalmente decidió intentarlo. El premio era una exposición. Envió la fotografía y esperó. Esperó y esperó. Y cuando ya no podía esperar más llegó la respuesta. Había ganado.
Todo el pueblo se enteró de la exposición del pequeño Josh y fueron a la ciudad para ver la inauguración. 
Y allí estaban, todas y cada una de las fotografías de la señora. Y en la entrada, el comentario del autor.
"En las fotografías se ve a la señora Margerite proyectando sombras chinescas en la pared. Sus manos estaban hechas para ello. Siempre fue su pasión oculta. Hoy dejará de ser un secreto al compartirla yo con vosotros. Pero quisiera que este fuese mi pequeño homenaje. Para usted, Margerite."


lunes, 29 de julio de 2013

Dos Haikus

De porte rojo
desde lejos me mira
ya no hay excusas.



Tu pelo al viento
y ninguna palabra
viene la noche.





domingo, 16 de junio de 2013

Disculpas

Y ella le ataba los cordones como pidiéndole disculpas.
Y él los ataba a ella, para mantenerla cerca...



miércoles, 24 de abril de 2013

Recuerdos

Los recuerdos son intocables.
Etéreos.
Nos sobrevuelan, nos recogen.
Nos amparan en la noche.
Y de pronto, desaparecen en el baile infinito de la memoria,
En el vaivén de palabras.

Un "si es no es" de realidad sin forma.
Un suspiro.
Un humo de cigarrillo a medio apagar.
Un beso.

Las maletas son siempre así,
son siempre recuerdos.
Hacer una maleta es, en sí, un hecho filosófico.
Es transportarnos a nosotros mismos en el espacio.
Proyección de pensamiento en futuro.

Y lo que siempre queda,
aunque sea para volver.

Desde aquí los veo.
Los recuerdos.
Todos juntos en hilera.
Hacia el cielo por la ventana.
Cual humo.
Intocables.
Etéreos.

miércoles, 20 de marzo de 2013

Mi camino verde



“Hoy he vuelto a pasar
por aquel camino verde,
que por el valle se pierde
con mi triste soledad” 
(Carmelo Larrea)

Camino verde que te alejas,
que te llevas contigo todas las sombras,
en tu luz de adioses y melancolía.
En tu hojarasca de otoño,
en tu magia perdida

A veces en tu luz me pierdo,
caminando descalza,
adentrándome más en el sendero,
                                                                                                    [adentrándome.
                                                            Camino verde que te alejas,
que te llevas contigo todas las sombras,
                                                           [en tu luz

¿Qué me espera,
al final,
cuando en la noche,
perdida y sola
me encuentre a mí misma al otro lado?


Ya no sé dónde acaban mis pies y dónde comienza la sombra;
ya no sé si eres, si soy
o si en el mismo momento en el que decido atravesarte,
 tú y yo somos uno.
Ya no hay mujer en la noche,
Camino de hojarasca,
Verde de adioses y melancolía.
Ya no hay líneas que separen el ayer del hoy y del mañana.
El tiempo detenido aguarda.
¿Y la respuesta?
Nadie sabe, todos callan,

Y sólo en ese último instante
en el que mujer, verde y luz seamos uno
podré decir, por fin
que “Hoy he vuelto a pasar
por aquel camino verde,
que por el valle se pierde
con mi triste soledad”


lunes, 11 de marzo de 2013

Hacíanles ser hermosos

Los pétalos le acariciaban el rostro.
Se deslizaban, etéreos,
por las curvas y recodos
de la faz en sombras.

Arrastrábanse en la noche,
rojos.
Desvaneciánse al alba,
yermos.
Y al sol, con las primeras luces,
la livianidad y la esperanza
hacianles ser hermosos.

Los pétalos le acariciaban el rostro.
Se deslizaban, etéreos,
por las curvas y recodos
de la faz en sombras.

Se deslizaban, en cascada y silencio
por sus ojos,
su nariz,
sus labios...

lunes, 4 de febrero de 2013

Escritor "ideas globo rojo"

No puedo dejar de pensar que con el tiempo se matan las horas.

Encerrados en la burbuja de cristal, los cuentos, las historias, gritan en silencio para que la mano del destino los libere de sus ataduras y los deje salir. Reproducirse.

Buscando la mejor idea el escritor se postra ante la mesa. Es una imagen casi cómica. Él, caballero de traje y pajarita, abriendo y cerrando los brazos, cual pez que boquea, en torno a ese globo rojo que se escurre, se retuerce y se escapa finalmente por la ventana.Y su chaqueta ondea, viéndolo alejarse.
En el periódico vespertino verá las noticias que mencionan su fracaso.
"Escritor en un tiempo laureado yace ahora en la tumba del desengaño"
Cómo explicarles a todos esos críticos que los cuentos, las historias, están ahí, encerrados en la burbuja de cristal. Cómo explicarles que la llave, la llave-clave que abría esa puerta quedó encerrada, a su vez, en un globo rojo que viajando y viajando, entró por la ventana verde de aquella casa vieja en la Toscana, y acabó olvidado entre los pliegues de las sábanas de franela de la cama con dosel del segundo piso.
Y él que no lo sabe.
¿Y ahora qué?
¿Es la inspiración fruto del trabajo, o el trabajo consecuencia de una gran inspiración?


Desde luego, al escritor de las ideas color globo rojo se le fue la inspiración por la ventana.

sábado, 5 de enero de 2013

En aquel recodo la calma

El sonido de tus pasos, en la plaza, lo amortiguaban los edificios colindantes. Las risas llegaban desde el otro lado del muro, y desde el alféizar de una ventana alguien nos miraba. La ciudad bullía de vida , pero en aquel recodo la calma...
En aquel recodo....
la calma.
Y nadie supo si las luces se apagaron o no por una avería. Pero se extendía ante tus ojos un mundo de posibilidades.
Cuando contemplo la fotografía de esa plaza, y esa gente, y nosotros, sin aparecer en ella pero ahi un poco también, como a punto de traspasarla y aparecer corriendo detenidos en el instante, no puedo evitar preguntarme....
Y en aquel recodo la calma.
....quién separa, ese preciso momento en el que observador y fotografía dejan de ser dos realidades diferentes y se vuelven el mismo paisaje? son el mismo presente, ya no hay pasado y futuro observador, sino presente y presente detenido. Y el observador es fotógrafo del tiempo, y el pasado presente reflejado. Y una vez dentro, en el recuerdo, quién sabe, ya no hay tiempo....
Casi puedo oirlos, solo con mirarla.
Solo con mirarla ya estoy allí,
en aquel recodo.... 
Casi puedo oirlos, solo con mirarla.
El sonido de tus pasos....
la calma.


miércoles, 2 de enero de 2013

No te preocupes, pequeña.




- ¿Qué te pasa pequeña?

La niña, sentada en una roca cerca del agua se dedicaba a tirar cántaros al rio, haciendo que rebotasen 1, 2, 3 veces. Se removía un moco en su abriguito blanco cada vez que no lo conseguía, y tras ello, el impulso que tomaba para lanzar el siguiente le hacía dar un pequeño bote en la roca, haciendo peligrar su estabilidad.
- Me duele la cabeza - silencio.- Son las ideas.
- ¿las ideas?
- Si. hay muchas. No caben.
El hombre, que fumaba pipa mientras la observaba emitió una ligera carcajada.
- ¿Hay aforo limitado, o qué?
La niña le miró sin comprender. Sus ojitos grandes se abrieron mucho, haciendo que brillasen como dos luceros. El hombre se sentó a su lado y le acarició el pelo con dulzura. Las manitas de la pequeña se agarraron a las suyas, pidiéndole quizás, algo de auxilio para las ideas.
- No te preocupes, pequeña. Pronto llegará la primavera y te podré regalar un vestido largo de amapolas...