martes, 11 de mayo de 2010

Desde Berlín.

Querido,

Te escribo camino de Berlin, ya a salvo.
Una vez en Shangai me encontré con una mujer que se prostituía a cambio de billetes de tren.
Primero pensé que se trataba de una locura, un sinsentido. Hay formas mas faciles y sencillas de conseguir un billete de tren. A Berlin, sobre todo.
Decidí acercarme a ella, para que me explicase por qué lo hacía.
Me contó que todos nos prostituimos, cada día. Vendemos nuestros besos a cambio de pequeños favores "ir a la cocina a por el café y traerlo hasta el sofá, junto a la chimenea", "bajar a por el periodico", y un beso, de propina.
Me confesó que también vendemos ideas, palabras, versos, falacias. A cambio de todo aquello soñado y por soñar.
Pensé que tenía demasiada razón y le compré un billete de tren, a cambio de la información entre sillas de estación derruida. También entonces acababa de prostituirse.
Prostitución de palabras, me dijo.
Ahora, camino a Berlin, ella duerme apoyada en mi hombro y yo admiro el paisaje que te pierdes. El trayecto es largo y las palabras se me quedan cortas para colorear el tiempo que me queda.
Ahora atravesamos campos de margaritas.
Me pregunto cuando tiraran el muro,
pero he oido que huele a cambio en las noches de Berlin.
Al fin y al cabo, Europa, la gran Europa, esta cambiando.
Vivimos casi en los 80, ¿no?

Espero que mi beso llegue a su destino sin ser intervenido.


Se despide,

La dama de rojo.






y escucho:
"parece que la fiesta terminó,
perdimos en el tunel del amor."

domingo, 2 de mayo de 2010

Desde Shangai

Señoras y Señores:
Ustedes saben, como buenos burócratas de la razón, que los principios que me llevan a escribir esta misiva se asemejan más a los principios de un pulpo en un garaje que otra cosa.
Desprovista de mi usual romanticismo, me veo envuelta en la trama de un pseudo-crimen. He conseguido aniquilar toda esperanza, dejar marchar las ilusiones y arrancarme el corazón; desoir la voz de mi conciencia y de todos aquellos náufragos de mis mismas aguas.
Ahora, con una maleta vacía en una mano, y un clavel rojo en la otra, me dispongo a partir, lejos. Para no oir sus voces repiqueteando contra la ventana, sus miradas intelectuales clavadas en mi espalda y su sonrisa malvada de suficiencia despidiéndome.
No.
No quiero sus regocijos, sus "ya se lo dijimos, señorita.", sus risas falsas y sus lágrimas necias.
Ya basta de mentiras arrogantes.
Me voy.
Aquí tienen ustedes mi confesión y mi condena.
Lo que hagan ustedes con ella es cosa suya.
Buenas noches, caballeros.
Atentamente,
La dama de rojo.